Alguien puede pensar, leyendo el título de este post, que me he vuelto loca en Agosto, pero nada más lejos. Si traigo hasta aquí este post dentro de la categoría de «Antiguos escritos» es porque pienso que la temática de este cuento puede ser de actualidad en este mes de vacaciones, en el que realizamos largos desplazamientos.
Te estás durmiendo es mi último cuento de navidad, esos que suelo escribir cada Navidad para recordar que mi hija no está entre nosotros.
Espero que sepáis sacar la moraleja, también, en el mes de Agosto:
Era el último día de clase y la Universidad se quedaba vacía. No había tiempo que perder. La última clase y para casa.
Eso fue lo que pensó Fernando, por eso, ese día se llevó el coche hasta el campus. Desde allí se marcharía hasta su casa en Burgos. Estaba deseando ver a sus amigos. Unas copas; unas risas; los ricos guisos de mamá; hacer de rabiar a su hermana, en fin, cambiar de aires y volver con los suyos.
La noche anterior había estado de despedida con sus compañeros. Se había acostado muy tarde. Menos mal que tuvo la precaución de preparar el equipaje antes de salir de juerga.
Así, con el equipaje dentro del coche, nada más terminar la clase de ese día, tomaría la Nacional I con dirección a Burgos.
Compró un bocadillo en la cafetería y se lo llevó al coche. Había que ahorrar tiempo. Se lo tomaría conduciendo para no perder tiempo. Ya había quedado con los amigos para salir esa misma noche y antes, quería echarse un ratito, cuando llegara a casa, pues la anterior noche había dormido poco. Mejor dicho, no había dormido nada.
– Preparado, listo, ¡ya!- El autorradio a tope con la música favorita.
– ¡Qué felicidad! ¡Qué libertad! ¡Por fin las vacaciones! Se acabaron las clases, el Derecho Romano y el incansable y soporífero profesor Buendía.
Pero todo no era tan fácil. Se acabó correr. Ya hemos llegado dónde teníamos que llegar. Al primer atasco de salida.
– Pero qué pasa ¿Es que no vive nadie en Madrid? ¿Todos viven fuera? ¿Todos se tienen que marchar? Por favor, tenemos preferencia los que volvemos a casa.
Se decía Fernando. Pero la carretera no sabe de preferencias, salvo las que están recogidas en el código de circulación.
Una, dos y tres horas para recorrer unos pocos kilómetros.
– ¡Pero si ya casi tenía que haber llegado!
A este ritmo no llegaba para hacer la salida nocturna. Por fin, pasado el puerto de Somosierra, aquello comenzaba a despejarse.
Ya había dado término al bocadillo, una botella de agua, los chicles y casi las uñas.
Había empezado a pegarle al coche con ganas. Quería desquitarse del tiempo perdido, cuando de repente oyó una voz que le dice:
– “Te estas durmiendo”.
– Sí hombre, que te lo crees tú. Ahora que he pasado lo peor ¿Cómo me voy a dormir?.
– “Te estás durmiendo”.
– Que no hombre que no, que no me duermo.
Fernando aprieta más aún el acelerador y adelanta a unos cuanto coches, incorporándose nuevamente al carril derecho.
– “Te estás durmiendo”-
– Vaya qué pesadita, porque tú lo digas. Que te he dicho que no. No me estoy durmien…do. Pero qué digo. ¡Estoy hablando solo!
Instintivamente, mira por el espejo retrovisor al asiento de atrás. Conoce la historia. Esas leyendas urbanas que hablan de la joven de la curva. Esas leyenda que cuentan de una joven que avisa al llegar a una curva peligrosa. Que ella murió en esa curva. Comprueba que en el asiento trasero no hay nadie y se ríe.
– Jo, estoy gilipollas. Pero si yo no creo en esas historias, qué hago hablando solo y mirando por el espejo. Bueno, bueno, lo que me faltaba. Ya me ha pegado mi madre las neuras:”No corras. No bebas. Ten mucho cuidado. ¡Qué miedo me da¡ Por qué no te vienes en tren o en autocar” ¡Qué coñazo! Si de verdad nos quisieran tanto las madres, deberían cortarse un poquito.
Mira el reloj y observa que lleva 4 horas conduciendo.
– Joder, cuatro horas ya y todavía me quedan 200 kilómetros. ¡Qué pasada! Si lo llego a saber me había quedado en Madrid esta noche, recuperándome, y habría salido mañana tempranito. Claro que, entonces, me había perdido la salida con los amigotes. Deja de quejarte, macho. Esto ya está chupao. Venga, un empujón más y quedarán sólo 100 kilómetros.
– “Fernando, te estas durmiendo”.
– ¡Eh! ¿Qué?- Esta vez se había asustado tanto que había dado un volantazo y casi se sale de la carretera. Esta vez, la voz se la había imaginado más fuerte, más real. Le había sonado en el mismo oído, por eso le había asustado tanto.
– Poco más y me la pego.¡ Estás tonta! ¡No ves que me asustas!
Había levantado la voz y estaba echándole la bronca no sabía a quién. La voz que había oído era una voz de mujer, muy joven, pero ¿Se lo estaba inventando? Aún así, esta vez había aminorado la marcha, porque, de repente, el paisaje había cambiado. Era como si hubiese recorrido unos metros sin darse cuenta, sin saber cómo había llegado hasta allí. Como si lo hubiera hecho de una forma no consciente.
– ¿Será verdad que me estoy durmiendo y yo mismo me estoy hablando para despertarme?
En ese momento recordó uno de los episodios de Mr Bean que le había hecho reír muchísimo. Mr. Bean comenzaba las vacaciones, con su coche, lleno de ilusión y ansiedad por llegar e intentaba de mil formas, luchar contra el sueño que le invadía, en vez de parar. Se quemaba los dedos con el encendedor, abría las ventanillas, se daba bofetadas. De todo, para no dormirse. Por fin, llegaba . Una de las acompañantes se despertaba y decía con admiración ¡Ya hemos llegado? Mr Bean con una cara de sueño impresionante, tenía puesto varios palillos en sus ojos, de forma que era imposible que se le cerraran ni pudiera parpadear.
Quizás fue este recuerdo lo que le hizo pensar que había visto anunciada una estación de servicio, unos metros antes y se aproximaba a ella. Puso el intermitente. Aminoró la marcha, aparcó en el espacio destinado para parar los coches, delante de la cafetería, puso el freno de mano, desconecto el encendido y se dijo:
– Voy a hacer un pis y despejarme un rato.
Comenzó a sonar el teléfono móvil. Se despertó sobresaltado.
– ¿Sí…
– ¿Fernando, soy mamá. No decías que venías hoy?
– ¿Eh? Hola mamá, sí estoy de camino. Ya me queda poco para llegar.
– Cómo que te queda poco. Estaba preocupada. No me he querido acostar por esperarte. ¿Sabes que hora es?
– No, no. He parado para hacer un pis
– ¡Son las 2 de la mañana!
– ¿Qué? Si acabo de parar. Bueno, la verdad es que no he ido todavía al baño.
– ¿Cómo que no has ido al baño? No dices que has parado para eso. Pero ¿A qué hora has salido?
– Después de clase, pero había mucho atasco de salida…
– Fernando, ¿estás bien?
– Sí, sí mamá. Tenía sueño. Me he parado a dormir un rato porque estaba muy cansado. Pero ya estoy como nuevo. Ahora ya estoy bien, iniciaré nuevamente el viaje. Me quedan menos de 100 kilómetros. Enseguida estoy ahí.
– Vale, vale, entonces te espero un poquito más. Ya no me acuesto. Ten cuidado cariño.
– Sí, sí mamá. No te preocupes.
– Joodeerrr, Pero que me ha pasado. ¿Cuántas horas he estado durmiendo?
Al colgar la llamada de su madre observa que tiene varias llamadas perdida, así como mensajes, todas de sus amigos.
– ¡Díos mío! Me he dormido. No he llegado a ir al baño. Al final, es verdad que me estaba durmiendo. Bueno, pero ahora estoy fresco como una rosa así es que, a continuar el camino.
Se despertó a media mañana, con la voz de su madre que le llevaba una taza de café:
– Venga, perezoso, ya está bien de dormir. Así piensas comenzar las vacaciones.
– Ya, ya voy. Estaba muerto. Menos mal que me eche un sueñecito en la carretera. Creo que no habría podido llegar si no hubiera sido así.
– Pues menos mal que se te ocurrió hacerlo. ¿Te imaginas si te quedas dormido conduciendo?
– ¡Hombre, mama! Tú sabes que yo soy muy responsable conduciendo.
– Pero hijo, es que si te entra el sueño no te das cuenta. Te quedas dormido. Es un segundo y en ese segundo… En ese segundo se parte la vida. Para ti y para todos nosotros ¡Por Dios, no quiero imaginarlo! Esperándote para pasar la Nochebuena y no habrías llegado a ella.
– ¡Exagerada!
Entonces, aparece una joven en la puerta de la habitación con cara aún dormida:
– Hola, guapo, ya estás aquí- Se acerca restregándose los ojos, le besa y se mete en la cama con él, acurrucándose.
– Tenía ganas de verte, a pesar de lo bien que estoy cuando no estás y no tengo quien me incordie- La madre, sonríe y se aleja con la taza para dejarles un ratito a solas.
– ¡Ah, sí! ¿Esas tenemos?- Comienza a hacerle cosquillas.
– ¡No, no, por favor, eso no! Además, espera, que aún estoy angustiada con el sueño que he tenido.- Poniendo cara sería, sale de la cama de su hermano y comienza a contarle:
– ¿Recuerdas a mi amiga Helena?
– Sí, tu compañera de estudios. Aquella a la que mató un loco que conducía con alcohol. Que justo había estado aquí el año anterior.
– Sí. Pues esta noche he soñado con ella.
– Pero ya hace bastante tiempo de su muerte ¿Todavía sigues impactada?
– Bueno, su recuerdo no se borrará fácilmente, ni yo quiero olvidarla, pero no, no es eso. He soñado, que le advertía un chico que iba conduciendo de que se estaba durmiendo. Ella le decía una y otra vez. “Te estás durmiendo” y el chico, a punto de dormirse, no le hacía caso, no se daba cuenta. Y la veía a ella con toda claridad. Con esa sonrisa que tenía, con su pelo tan moreno y diciéndole al joven una y otra vez “Te estás durmiendo”. Al final me he despertado muy angustiada.
– Ya.
– Bueno, tío, me alegro de que estés aquí, pero esta semana te toca a ti quitar la mesa que siempre me toca a mí.- Diciendo esto sale de la habitación y el hermano coge el zapato que tenía más cercano se lo tira, por supuesto, sin querer tener puntería.
– “Te estás durmiendo”… Joder… ¿Al final van a ser verdad todo esos rollos? Voy a llamar a estos tíos que estarán buenos después del plantón que les di… Toma el teléfono y comienza por el primero que le había enviado el mensaje.
Fernando y Sara pasaron esas vacaciones de Navidad, peleándose como era habitual. Discutiendo por quién quitaba la mesa o hacía otras tareas y diciéndose qué ganas tenían, cada uno, de perder de vista, al otro.
Fernando estuvo durmiendo más de lo habitual. Él se decía que estaba recuperando fuerzas y su madre, que lo que no podía ser es que esta juventud se pasaba la noche fuera y el día durmiendo.
Pasadas las vacaciones, Fernando hizo su viaje de regreso y la noche anterior al mismo, no salió con los amigotes.
– Chicos, lo siento. Ya ha sido bastante. Esta noche tengo una cita muy importante. Mañana tengo que viajar.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.