Post escrito el 29.08.2006 por FZ madredHelena.
Todos hemos sido en algún momento jóvenes y ese estado, que por suerte o desgracia termina pasándose, nos lleva a emprender acciones que con el paso del tiempo las ves como locuras, heroicidades o algo imposible que sólo se puede hacer con: Juventud.
Nosotros éramos jóvenes, más que ahora, estudiábamos, trabajábamos y para aquellos tiempos, casi se nos estaba pasando el arroz, para ser padres.
Como ya he dicho éramos trabajadores y unos estudiantes un poquito maduritos. No por ser malos estudiantes, sino porque en nuestra época, se estudiaba hasta un cierto nivel, se empezaba a trabajar y si después quería seguir estudiando, pues tu mismo, a trabajar y estudiar.
Estudiábamos Derecho e Historia del Arte y decidimos viajar a Italia, cuna del Arte. Era nuestra última oportunidad, después había que plantearse otras cosas y en un tiempo no sería posible volver.
Nuestro coche era un Renault – 14. Corría el año 1983, era verano, muy caluroso y nuestro equipaje era una tienda de camping y una carpeta enooormeee de apuntes sobre Arte.
Este viaje no era un viaje normal a la Italia turística, era una clase práctica de Historia del Arte y para ello había que salirse de las Autopistas, de gran novedad para nosotros, pues en aquellos tiempos en España no era tan normal que existieran esas estupendas autopista, por las que siempre había que pagar.
Como decía, había que andar por caminos, a veces preciosos, bordeados por hileras de cipreses que nos transportaba a la época romana, pero que no eran los más adecuados para ir con coche, hasta llegar a una pequeña iglesia, modelo de tal o cual época, o a un pequeño pueblo con una plaza muy especial, porque estaba realizada de tal forma que sus líneas de decoración, su perspectiva hacía que pareciese más grande. Eso era lo que decían los apuntes y eso era sagrado.
En uno de estos caminos observamos que a nuestro coche le estaba pasando algo. No entraba en funcionamiento el ventilador que refrigeraba el agua del radiador. Vuelvo a recordaros que es 1983, cuando los coches llevaban un radiador con agua, un ventilador con una correa, etc.
Cuando todavía, algunos “manitas” se atrevían a meter las manos en los coches y cambiarles algunas piezas y cuando, por supuesto, no había que llevarlos al taller, para conectarlos al ordenador para reparar cualquier tipo de avería.
En aquel pueblo no había nada parecido a un taller. Mi marido accedió a los cables que ponían en funcionamiento el termostato para que entrara en funcionamiento el ventilador e hizo una especie de puente, como se ve en las películas para robar los coches.
Así seguimos hasta otro pueblo, donde pudimos comprar una llave como las de las lamparitas de noche, la instalamos, y manualmente poníamos en funcionamiento el ventilador, cuando creíamos que era necesario.
Así recorrimos Italia. En Venecia tuvimos que sustituir nuevamente dicha llave y así volvimos a España.
No podíamos abandonar nuestro recorrido por una avería, ya lo arreglaríamos en España.
Cumplimos nuestro objetivo: La clase práctica sobre arte y casi el segundo objetivo: engendrar un bebé que fuese romano o veneciano.
Llegamos a España y decidimos descansar en Rosas (Girona), de ese mes de andadura por Italia.
A los nueves meses nació Helena. Si hubiera sido un niño se habría llamado “Marco”, al ser niña se llamó Helena, como la de Troya. Seguía la relación con la clase de Arte.
El R-14, se reparó y siguió funcionando durante muuuchooos años más. Eran otros tiempos. Los coches servían para viajar, disfrutar, durar. Conducir no era sinónimo de accidente y nosotros… ¡Éramos tan felices!
Estas son las historias que no podré contar a mis nietos. Helena, en sus primeros meses de vida.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.