El Canto del Loco y Helena

 

Por fin he encontrado la relación del último disco de El canto del loco ¡Eres tonto! y Helena. No hay canción dedicada a Helena, ¡El disco «Personas» está relacionado con Helena!

En el País Semanal de hoy 6 de Abril de 2008, en el artículo «El salto más cuerdo de los locos», podéis encontrar la referencia a Helena.

Podéis encontrar las palabras de Dani Martín refiriendose a la carta que le escribí y lo que le pedía.

Después de la llamada de teléfono de Dani a casa, no he podido volver a hablar con él. Para qué, no quiero robarle tiempo. Es muy probable que jamás vuelva a ponerme en contacto con él.

Desde aquí quiero darle las gracias por leer mi carta y por contar lo que le pedía y por llevarlo a la práctica, de alguna manera.

El canto del loco no es tonto, sabe muy bien lo que hace. Y tú ¿Eres tonto? ¿Piensas seguir perdiendo la vida en la carretera?

Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor con alcohol.

(Aunque en el reportaje se habla de Helena sin «h», y algunos datos no son del todo scorrecto, es Helena, nuestra Helena):

 

El salto más cuerdo de los locos

 

GUILLERMO ABRIL 06/04/2008

 

Un sujetador de encaje color burdeos, algo raído y de copa generosa, acumula polvo a la puerta del local de ensayo. Puede que lleve allí colgado seis o siete años. Ninguno de los cuatro miembros de El Canto del Loco se acuerda. Casi han olvidado su presencia. Cuentan que lo lanzó una fan al escenario en uno de los primeros conciertos.

 

Un sujetador de encaje color burdeos, algo raído y de copa generosa, acumula polvo a la puerta del local de ensayo. Puede que lleve allí colgado seis o siete años. Ninguno de los cuatro miembros de El Canto del Loco se acuerda. Casi han olvidado su presencia. Cuentan que lo lanzó una fan al escenario en uno de los primeros conciertos. Aquellos tiempos en que las chicas les disparaban bragas y de todo. Se ríen al recordarlo. Como quien mira atrás a sus 15 años. Dani Martín, cantante, letrista y motor del grupo, remata el episodio: “Al final, ya nos enseñaban las tetas desde la última fila. En Salou, ¿os acordáis? Yo me quedé sin letra, no sabía continuar”. Dicen que el bautizo de un grupo de rock requiere que las fans les muestren sus pechos desde el otro lado del foso. La pregunta es ¿qué ocurre después?

 

Viernes, principios de marzo. Una voz al otro lado del teléfono anuncia que el nuevo disco de El Canto del Loco está a puntito de salir al mercado. Personas, su quinto álbum de estudio. Ahora, añade la voz, se encuentran rodando el vídeo musical del primer single en la plaza de Soledad Torres Acosta, detrás de la Gran Vía, en Madrid. A media tarde, los yonquis y las prostitutas buscan sombra en los soportales de la plaza. La música nace de un bar que hace esquina. Hay una furgoneta aparcada en la puerta, focos, cables, lío. Va a ser allí. Entre las cabezas de los curiosos, al otro lado de la ventana, se adivina a Dani, a su primo David Otero a la guitarra, a Chema Ruiz con el bajo y a Jandro Velázquez tras la batería. La cámara capta sus movimientos. Se detiene en el cantante. Dani, subido a una mesa, hincha las venas de un cuello poderoso. Lanza su grito a un señor de unos cincuenta años y aspecto ebrio. Es el estribillo del hit: “¡Eres tonto! Si no despiertas, es que no estás vivo”.

 

A los tres minutos, uno de los curiosos ya repite “¡eres tonto!”. Muy de El Canto del Loco, un tema pegadizo. Una semana más tarde, cuando el nuevo single apareció en iTunes, se convirtió en la canción más descargada en España. El estribillo agarra casi sin quererlo. Pero a la vez tiene algo que no encaja: el grito de Dani parece distinto; la letra, como queriendo decirle al señor de-saliñado que abandone el bar y vuelva a casa con su familia. Que no vacíe su vida en un retrete. ¿Dónde están las zapatillas? ¿Y la madre de José que le está volviendo loco?

 

Vacaciones, parejas estables, incluso hijos. En una sobremesa tranquila, a mediados de marzo, el grupo cuenta que en el año y medio que ha transcurrido desde que cerraron la última gira, la de Zapatillas, han pasado muchas cosas. La más simbólica es quizá el tatuaje de Dani. David, que ha compuesto la música de casi todos los temas de la banda, cuenta que las letras son las que hacen que sus discos vayan hacia un lado o hacia otro. “Y, ahí, Dani es el que marca la dirección. Él es quien escribe. Cuando estamos tocando le preguntamos: ‘¿Por dónde vamos?’. Él asoma el codo y responde: ‘Por allí”. Dani se ríe a su lado, porque se refiere al tatuaje que le decora el antebrazo izquierdo: una gruesa flecha verde le nace en la muñeca; la punta queda a la altura del codo. Un amigo se la tatuó hace poco sobre otro dibujo anterior. A Dani le cuesta hablar de lo que había debajo: “Ni me acuerdo. Un tatuaje horroroso”. Media sonrisa. Achica sus ojos azules. El grabado oculto decía “Niñato”.

 

Abrir unas puertas, cerrar otras. Dani Martín ya no es un crío ni un ídolo de adolescentes. Ha crecido, y madurado, como el resto del grupo. Tiene 31 años, más de 500 conciertos a sus espaldas, un millón de discos vendidos y tres llenos seguidos en Las Ventas. En 2005 reventó el estadio Vicente Calderón junto a los Hombres G. También es actor. Rodó Yo soy la Juani con Bigas Luna, director que ya lo definió como un hombre del Renacimiento en el siglo XXI: “Polifacético, además de buena gente. Podría hacer cualquier cosa que se propusiera en la vida”.

 

Hace un año, mientras grababa los primeros capítulos de la serie Cuenta atrás, que emite Cuatro, Dani contaba que, aunque el resto del grupo se encontraba de vacaciones, él llevaba un tiempo trabajando en el próximo disco. Había sonado un clic en su interior. Y refirió un episodio para explicarse.Dijo que llegó una carta, una de tantas. Porque solía haber miles sobre la mesa de la oficina. De esas que apenas se leen: miran el remite y contestan con una foto firmada, poco más. Pero aquella, dijo Dani, asomaba sus bordes sobre el resto de papeles. La tomó entre las manos y la abrió. Escribía una madre con letra quebrada hablando de su hija muerta. Un coche, un borracho, adiós. Elena quedó tendida en el suelo. El conductor sopló y superó en varios puntos la tasa de alcohol permitida. Una cifra en el periódico, una familia rota. Ocurrió en fin de semana, el año que Elena estudiaba en el extranjero. Vino a Madrid dos días. Pasó sólo uno.

 

 La madre, siguió Dani, no pedía nada. Sólo que aprovechasen su tirón entre la juventud e intentasen hacer pensar a la gente, en fin, que qué les lleva a coger el coche en ese estado. “Cuando eres una persona creativa, y de sentimientos, esas cosas te afectan”. Primero probó a escribir una canción a la chica. Pero chirriaba: en la letra hablaba de una chica buena y un hombre malo. Se frenó sobre la vida del que llevaba el coche borracho. “¿Por qué te llegas a beber 200 copas y coges el coche? Estás tapando algo, me dije. En un porcentaje alto, tienes un problema. No me refiero a que sea tonto, no: este tipo quiere llamar la atención, tiene una falta de cariño, una carencia de afecto, algo. Creo que no sólo hay que ponerse de un lado, sino que hay que ayudar y hay que corregir. Estoy componiendo un poco en esa línea. No hay algo que esté mal o bien. Somos personas

 

Cuando este señor termina de trabajar y se va al bar, en lugar de querer abrazar a sus hijos o estar con su mujer, que no tiene por qué ser lo correcto, pero en lugar de hacer eso, prefiere estar en el bar, ¿cuál es la razón? A lo mejor su mujer no le deja respirar o tiene un hijo que es un hijo de puta o sus padres se murieron cuando era pequeño. Vete a saber. No somos perfectos”.

 

Para cruzar el umbral del local de ensayo, hay que dejar el sujetador de encaje a la derecha. Un poco más allá, una colección de fotos de la primera gira también acumula polvo: pantalones cortos, cortes de manga, escenarios a ras de suelo, el quinto miembro del grupo, Iván Chanchegui. (Los abandonó en la cresta de la ola, después de A contracorriente, el segundo disco. “Tengo que replantearme mi vida”, dijo, y no volvió. Aunque hay buen rollo, aseguran). Al atravesar la puerta del local, sorprende su pequeño tamaño, la mugre sobre la moqueta, las paredes cubiertas de garabatos. Hay listas de canciones, sus canciones, escritas a bolígrafo y rotulador sobre la pintura. Cuentan que levantaron el local con sus propias manos y la ayuda de un amigo que tenía una empresa de pladur. Hace años, en los orígenes. En septiembre cumplen una década juntos. Y Dani dice con orgullo: “Mira, El Canto del Loco te puede gustar o no. Pero no somos un producto. Hemos sido de mucho currar. Nadie nos ha regalado nada”.

 

De cero a todo, empezando por Dani Martín. A los 18 años, cuando ingresó en la escuela de interpretación de Cristina Rota, derrochaba energía. Lo contaba su maestra: “Entró rebelde, reactivo. Aquí aprendió a canalizar ese exceso en creatividad”. Entre otras muchas cosas, montó con otros alumnos un grupo de música. Lo soñó de niño: antes de cumplir los diez, mataba el tiempo dibujando las portadas de sus futuros discos.

 

En la primera formación, una chica tocaba la batería, había otro bajista, e Iván, que aguantó otros tres años, tocaba la guitarra. Dani tomó entonces un vinilo de Radio Futura. Leyó el nombre de una canción: El canto del gallo. Y lo tomó prestado. Luego, su primo David Otero apareció una tarde con su guitarra. Por probar. Al día siguiente tocaban el primer directo en una sala desaparecida: Up-Art. David se aprendió todas las canciones en un ensayo. Desde entonces, el primo pequeño es el benjamín del grupo. Tiene 27, mujer e hija. Comparte con su primo ojos azules y dice que aún recuerda aquella guitarra de madera con la que Dani tocó el primer concierto: un play back de Hombres G delante del colegio, con nueve años. Durante un tiempo, aquel pedazo de madera siguió rondando la habitación de su primo. Igual que el micrófono prendido de un caballete con una pinza de la ropa. Los comienzos requieren imaginación.

 

Después de los primeros conciertos, la chica batería y el bajista se lo pensaron mejor. Crisis. El padre de Dani se acordó de que el hijo de unos amigos, Jandro, tocaba la batería. En ese momento trabajaba de electricista con su padre. Los hijos se entendieron: “¿Qué pasa, tío? Venga, cuando queráis quedamos”. Ya eran cuatro. Faltaba un bajista. Y David, que acababa de entrar en la universidad, se acordó de un amigo de otro amigo. Chema, un cántabro, estudiante de fisioterapia en Madrid. Le vendió la moto: “Somos como Nirvana o Pearl Jam, pero en español”.

 

Así fue como los cinco se juntaron a tocar en la nave industrial. En Algete, el pueblo de Dani, al norte de Madrid. Allí siguen repasando el repertorio 10 años después. A partir de las once, de lunes a viernes. Hasta la hora de comer. Pero en los orígenes, tocaban en la oficina acristalada de la primera planta. La del padre de Dani. Aquello sonaba fatal. Los cristales vibrando, las ondas rebotadas. Lo bueno: había espacio para invitar a los amigos. Los sentaban en sillas, como en clase, y les pedían que puntuaran las canciones. Al terminar cada tema, alzaban un papelito con la nota. Selección popular. En aquella primera etapa destacó el tema Y si el miedo, que siguen tocando en directo.

 

Dani comenzó a enviar maquetas a todas partes. Aprovechaba sus contactos de la televisión: debutó a los 14 años en el programa de música Ponte las pilas, de TVE. Y en la Nochevieja de 1991, media España pudo verlo en un sketch de Martes y Trece, de botones. Mientras el grupo tardaba en arrancar, hacia el año 1998, comenzó a aparecer de secundario en Al salir de clase, El comisario, Policías… Con las maquetas, cuenta Dani, la última estrategia fue la que funcionó: en lugar de enviar una, mandaría seis, todas iguales. “Una la tiran, pero seis ya es más jodido”.

 

La leyenda cuenta que al menos una de las seis llegó a las oficinas de la discográfica Ariola. Una puerta quedó abierta. Paco Martín, descubridor de Los Secretos, Radio Futura y Hombres G, se encontraba al otro lado. Entró y dijo: “¿Qué es esto que suena?”. Con la distancia de los años, dice que aquella maqueta era de una calidad horrorosa. La suerte fue que coincidió en el tiempo con un fenómeno musical que asegura reconocer con olfato. Cada cinco años, más o menos, se abre el hueco para un nuevo grupo de fans. Llamaron a Dani para proponerle una prueba: un concierto con dos grupos más decidiría el nuevo fichaje de la compañía.

 

Tanto Paco Martín como Carlos López, entonces presidente de Ariola, y ahora de Sony BMG, recuerdan aquel concierto en la sala Chesterfield como uno de los peores de su vida. No sabían tocar, pero les sorprendió, sobre todo, el morro legendario de Dani. El cantante, consciente de las limitaciones técnicas del grupo, urdió el plan. “De pronto”, recuerda Paco Martín, “vemos que los chicos se quitan la ropa y enseñan una camiseta en la que se lee “I love Ariola”. Tenían gracia. Desparpajo. Estribillos. Y Dani, el don de la energía sobre el escenario. A la semana, los reunieron alrededor de una mesa en el cuartel general de Ariola. Les acercaron un contrato kilométrico. Firmaron sin mirar. Los gerifaltes de la compañía comentaban: “Chavales, vamos a liar un follón de cojones”. Acababa de nacer un fenómeno de fans.

 

Un detalle. Paco Martín se tatuó hace poco una estrella con el nombre de Dani dentro. “Y sólo tengo tatuajes de mi familia. Pero le quiero. En los 35 años que llevo en esto habré conocido a unos 300 artistas. Él es distinto. Tiene un carisma especial. Siempre pendiente. Son el mejor grupo a nivel humano que he conocido. Igual de humildes que el primer día. Saben escuchar. Luego hacen lo que quieren, pero escuchan”.

 

Antes de grabar disco, les propusieron cambiar de nombre: Los Móviles, Superratones y La Dulce Sonrisa de Lulú. Se negaron. El primer álbum de estudio apareció en 2000. Y, por si acaso, se tituló como la banda: El Canto del Loco. Vendió algo más de 100.000 copias. Lo mejor, cuentan, fue la gira: furgoneta arriba y abajo, borracheras de bourbon y a tocar delante de un público que no conocía sus canciones. A finales de verano de 2001, una crónica de EL PAÍS recogió las sensaciones de uno de los directos. Pirados por las chicas, se titulaba, y leía: “En la zona fan (pegadas al escenario) reinaban las quinceañeras ansiosas”. Lo peor , recuerdan, ocurrió un año después, cuando actuaron en la primera edición de Operación Triunfo.

 

Con Nigel Walker, que aprendió el oficio como técnico de sonido de Paul McCartney, y Dire Straits, llegó el cambio de rumbo. Produjo un segundo disco más elegante. Y ahí sigue Nigel, detrás de los controles de sonido, y en el local de ensayo. Es el oído exterior. Trae orden a los temas. Dice que el cuarteto ha seguido una evolución natural. “Este quinto disco es distinto porque ellos son distintos”. Hace un par de años, comentaba en una entrevista que el reto de El Canto del Loco era componer un tema que se pudiese escuchar 20 años después. De Personas aventura un corte no perecedero: Peter Pan, en el que Dani habla de crecer y madurar. “Y esto es normal. Tiene 31, novia desde hace un año, y ha de dejar algunas cosas atrás. Además, ya hay otros grupos de fans, como Tokio Hotel, que han llenado el hueco. Recuerdo episodios de chicas golpeando la caravana después de un concierto gritando ‘¡Canto del Loco!’. Pensaba que íbamos a morir. Pero esto ya pasó. Su público ha crecido con ellos. Ya no son un grupo de gente del colegio”.

 

En el local, Nigel intenta convencer a la banda de que en la gira han de tocar cuatro canciones acústicas. “No es para vosotros. Es para ellos”, les dice. Se refiere al público. Dani le mira, casi convencido, sentado junto a una pizarra que acaba de comprar. En ella ha escrito a tiza los 24 temas que irán descargando por pequeñas salas de España. Apunta: “Acústico”. El resto atiende, como en clase. Las paredes respiran aliviadas. Continúan con el ensayo y se saltan Zapatillas. La conocen de memoria. Cuando Dani agarra el micrófono, muestra el tatuaje nuevo. La flecha baila de un lado a otro. Poco después, comenta: “Me llena lo que he escrito. Lo veo necesario en mi vida para llegar hasta otro sitio”. La dirección. “Para mí es como vomitar algo que te ha sentado mal. O bien. Creo que hemos hecho un disco necesario para la gente. Para las personas. La pena es que no se atreva a oírlo todo el mundo. Existe una barrera para escucharnos. Claro que existe. Yo, seguramente, también la tendría”.

Acerca de Flor Zapata Ruiz

Ahora soy una madre sin hijos. Mi única hija murió por un conductor con alcohol en abril de 2005. Desde entonces escribo para concienciar, especialmente a los jóvenes, sobre los peligros de una conducción no responsable.
Esta entrada fue publicada en Afecto, Antiguos escritos, Concienciación, Correo sin entregar, Historias, Musica, Noticias, Sentimientos. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *