Un cuento en Navidad

Poste escrito el 25.12.2006 por FZ madrdHelena.

Este fue mi primer cuento de Navidad.

Para mí que vivía en un lugar donde sólo había 6 casas, ir a casa de mis abuelos era como ir a una gran ciudad.

Nada más lejos de la realidad. Ellos vivían en un barrio de casitas hechas por sus propios moradores, en una zona minera, junto a un rio, y sin infraestructuras de ninguna clase.

Eran casitas bajas, hechas de adobe, con tejados de troncos y tejas. Sus fachadas estaban encaladas y tenían un friso gris o azul. Los habitantes de estas casas eran personas humildes que habían sido o eran mineros que trabajaban en las minas de carbón de la zona.

La casa de mis abuelos, comparada con la mía y no es que yo tuviera un palacio por casa, pero si tenía los servicios más básicos: luz y agua; me parecía la casita de chocolate del cuento.

Tenía una pequeña puerta y cuatro diminutas ventanas que por la noche se cerraban al exterior con unas contraventanas de madera.

En el interior, solo había tres estancias. La más grande podía considerarse comedor cocina y las otras dos habitaciones. Se comunicaban entre ellas por unos huecos adintelados con cortinas. En esta casa sólo había una puerta, la de la calle y era tan pequeña que las personas mayores cuando entraban debían bajar la cabeza. En el centro tenía un pequeño ventanuco, que cuando la puerta estaba cerrada, permanecía abierto y por la noche se cerraba.

Las ventanas, pequeñas y a muy baja altura, casi la mía, la de una niña de cinco o seis años, junto con esta puerta, es lo que hacía que me sintiera en su interior, como en el interior de la casa de un cuento.

La estancia que yo llamo salón cocina, era casi rectangular y en las paredes que no daban a la calle, había un aparador vitrina, una cantarera bajo un arco, con varios cantaros de donde se cogía el agua que se necesitara. En la otra pared un hueco donde se hacía el fuego. Una lumbre de leña y a sus lados un puchero con café y una olla con agua, siempre caliente, por si hacía falta.

El resto de muebles eran una mesa, sillas con asientos de enea, un único sillón de madera y un espejo en la pared, junto a una de las ventanas, que el abuelo utilizaba para afeitarse.

El sillón tenía un único dueño, el abuelo. Estaba situado en un rincón al lado del fuego.

Este hogar, fuego, lumbre o como le querais llamar, era el centro de la casa. Servía para cocinar, como calefacción como calentador de agua, para iluminar y como televisor. Sí digo como televisión porque lo contemplabamos como hoy podríamos mirar a la pantalla del televisor y ejercía la misma atracción, pero con una diferencia. Mirando al fuego, la imaginación la poníamos nosotros e imaginabamos formas con las llamas o con los trozos de brasas.

El día de Noche Buena ibamos a casa de mis abuelos y antes de que las madres y la abuela prepararan la cena, los primos pequeños nos reuníamos  alrededor de ese fuego para escuchar las historias que nos contaban nuestras madres que les habían pasado y para cantar villancicos que ellas nos enseñaban.

A veces, el abuelo nos construía una zambomba, que nosotros eramos incapaces de tocar, pero que nuestra abuela lo hacía fenomenal y nosotros la acompañabamos con panderetas y carracas.

El abuelo había sido toda su vida minero y como dice la canción, arrancando negro carbón, dejó sus pulmones. Tosía mucho. Con algunos golpes de tos parecía ahogarse. Después escupía algo en una pequeña latita que había en el rincón, con ceniza. Las hijas después de cada golpe de tos le decían «padre ¡cuándo vas a dejar de fumar?, te vas a morir».

Continuará ….

Acerca de Flor Zapata Ruiz

Ahora soy una madre sin hijos. Mi única hija murió por un conductor con alcohol en abril de 2005. Desde entonces escribo para concienciar, especialmente a los jóvenes, sobre los peligros de una conducción no responsable.
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