«En lo que dura un parpadeo». La falta de ayuda psicológica en los accidentes de tráfico

Post escrito el 17.09.2008 por FZ madre de Helena

Carolina es una madre sin hijos muy joven. Demasiado joven. Además, es viuda y víctima que ha sobrevivido a un mal llamado accidente de coche. Pero también es psicóloga y la autora del artículo “En lo que dura un parpadeo”, publicado en la Revista de Psicología INFOCOPONLINE.

 

Cuando Carolina llegó al grupo que formábamos afectados por las muertes en la carretera, en donde la mayoría éramos madres y padres de víctimas, no llegó pidiendo ayuda, lo hizo ofreciéndose para ayudar. ¡Dios mío, que fuerza! Y cada vez que estamos juntos, ella muestra una serenidad, una claridad, una paz y un sosiego que no tenemos aquellos que hemos sido sólo familiares de víctimas.

 

Este artículo, junto con la entrevista al psicólogo Francisco Duque Colino trata de mostrar lo poco que aún se hace y se tiene en cuenta, referido a  la ayuda psicológica para los afectados de accidentes de tráfico, causa primera de miles de muertes en nuestro país,  hoy en día, mayor en número que por enfermedad, catástrofes naturales, accidente de avión y  homicidios, temas  que, aparentemente,  nos preocupan más.

 

 Carolina con su relato, duro, estremecedor y real, describe como vivió y sintió ese momento y lo que, ella como profesional de la psicología, echó en falta.

 

Recordar aquí que en nuestro caso, recibimos noticia de que algo le había pasado a Helena a través de un mensaje en el contestador telefónico. Que cuando nos pusimos en contacto con el teléfono del mensaje nos informaron “a bocajarro” y con tono de reproche “es que Ud. no sabe que su hija hace 3 horas que está muerta”.
 

Hace unos días, conocía a través de un amigo motero, como dos de sus amigos habían muerto. Una pareja, él en el mismo accidente y ella en el hospital, por un infarto, al comunicarle la muerte de su marido.

 

 El amor de mi hija, que iba con ella en el coche y resultó gravemente herido, me llamó unos días después de enterrada Helena, para peguntarme cómo estaba ella. Nadie me ayudó a saber que tenía que decirle y nuestra conversación fue más o menos así:

 

“…Hola cariño ¿cómo estás? Bien, bien. Y ¿Helena? Helena está peor que tú, pero tú tienes que ponerte bien enseguida, para ayudarme a cuidarla…” Le habían dicho que ella estaba en otro hospital.

 

 Esta conversación tuvo lugar en un momento en que yo regresaba de una visita al cementerio. Aún no sé de dónde saqué fuerzas para mentir de tal forma y tan convincente.

 

Álvaro que estaba en el hospital y que sus padres se habían encargado de buscarle un psicólogo, unos días después de esta conversación, fue informado de la muerte de Helena.

 

 Mi marido y yo, recibimos ayuda psicológica porque unas buenas personas se encargaron de buscarla por nosotros. Nunca recibimos esta ayuda de ningún estamento oficial, ni en ese momento ni en ningún otro.

 

 Después de 3 años, en mi caso, sigo unida a mi psicóloga que me sigue ayudando a sobrevivir.

 

 Querida Carolina:

 

Perdóname por haber llorado contigo más mi pérdida que tu tragedia. Perdóname por haberte visto, siempre, como una madre sin hijos. Gracias, porque, con tu relato, me has hecho ponerme en el otro lado, el del que sufre en sus propias carnes el accidente.

 

 Sólo una cosa más. Aclarar, por si alguien no lo percibe:

 

 El accidente de Carolina no se produjo por un parpadeo de ella. Un conductor borracho impactó contra su coche. Un conductor tan borracho, que después de producir el accidente, abandonó su coche y se marchó a su casa abandonando la escena del… sí, iba a decir, la escena del crimen.

 

 Flor Zapata Ruiz, madre de Helena

 

 En lo que dura un parpadeo (Carolina Coto de Salas)

 

 

En diciembre de 2006 mi familia y yo tuvimos un grave accidente, en el que mi marido y nuestro hijo fallecieron. Minutos antes de que ocurriese, había leído en un panel de la carretera el número de muertos en accidentes de tráfico durante el mismo puente el año anterior. Recuerdo haberlo comentado, pero en ningún momento lo viví como un problema propio, aunque, de hecho, es un problema que nos afecta a todos.
Es difícil expresar los sentimientos, los pensamientos, las sensaciones que aparecen cuando vives un accidente de tráfico, porque es una experiencia por la que nunca has pasado, no sabes nombrar las sensaciones porque sencillamente nunca antes las habías vivido. No entiendes mucho de lo que pasa porque tu mente no está preparada para recibir esa información.
Es después, con mucho trabajo personal y ayuda cuando, con suerte, consigues elaborar la secuencia cronológica, poner en orden los recuerdos, unirlos a las sensaciones, y crear una historia. La historia de lo que ocurrió y cómo te hizo sentir.
“Contrario a lo que se siente habitualmente al volante, los accidentes de tráfico son muy rápidos. Todo trascurre de forma brusca y repentina, muchas veces con ningún tiempo posible para reaccionar. Es curiosa la sensación que comparten muchos conductores en cuanto a su capacidad para darse cuenta antes de que ocurra, una especie de confianza ciega en su propia intuición, que por supuesto no es real porque muchas veces no existe ninguna señal previa, no se siente en el ambiente ni se intuye. Ocurre.
Yo iba conduciendo, parpadeé y desperté en una ambulancia. No hay nada en medio. Abrir los ojos y estar en otro sitio, un sitio que no es bueno, en el que no deseas estar y separada de ellos… Ahora sé que la diferencia entre estar vivo o muerto es un parpadeo, un instante, no se ve venir, es un segundo que rompe tu vida.
En mi caso perdí el conocimiento a causa del impacto, y al despertar no entendía absolutamente nada. No sólo despiertas del estado de inconsciencia, sino que despiertas a un mundo nuevo, con otras reglas y otros personajes, desprovista de normas, pautas o señales que te digan cómo sentirte o cómo actuar.
Varias personas con las que he tenido oportunidad de hablar y yo misma, coincidimos en una primera sensación de irrealidad. Se suceden varios pensamientos muy rápidos, pero ninguno parece relacionado contigo, ni con algo posible en tu vida. No tiene significado. Y entonces, aparece una fuerte necesidad de negarlo, tanto que incluso lesionada intentas comportarte con normalidad, como si no fueses tú la persona afectada.
Lo primero que hice fue preguntar que había pasado, y me dijeron que había tenido un accidente. -No, no es verdad, ¿cómo voy a tener un accidente y no darme cuenta?-… Pensé que quizá estaba soñando y quise despertarme…
Intenté incorporarme porque mi hijo me necesitaba, pero mi cuerpo no respondía, tenía frío y no podía moverme, levanté ligeramente la cabeza y me vi llena de sangre. Fue ese el momento en el que me di cuenta de que no era un sueño, que algo había pasado.
Tras este primer instante empieza una verdadera travesía para la persona. Es como un puzzle que tienes que hacer, mientras te suben y bajan, medican, inmovilizan, etc.. Necesitas información -las piezas del puzzle- no porque estés preparada para unirlas sino porque necesitas algún asidero, algo que te ayude a entender.
Y en este punto quiero hacer hincapié porque considero que la labor del personal sanitario es fundamental. Es verdad que ante una situación de peligro para la vida de una persona, la prioridad debe ser precisamente esa, el tratamiento sanitario y médico, cuidar el cuerpo, pero es importante no olvidar a la persona que hay dentro de él.
Carezco de información suficiente sobre el funcionamiento del personal sanitario y de seguridad ante una situación de emergencia, como para valorarlo, pero lo cierto es que en mi caso, se sucedieron algunos hechos que no me ayudaron, todo lo contrario, me perjudicaron y aún hoy me duelen.
Lo que me motiva a escribir sobre aquello, es la confianza de que mi testimonio pueda ayudar, aunque sea un poco, o aportar “pistas” a los y las profesionales que en general, trabajan en situaciones de emergencias. Seguramente son cosas que muchos ya han tenido la oportunidad de aprender en su desempeño profesional, o que han leído o escuchado, pero aún así siento la responsabilidad de intentarlo.
En primer lugar, el personal que te atiende en un accidente de tráfico (sanitarios, policías, bomberos, etc.) tiene mucha más información de la que tiene la persona accidentada, no sólo datos importantes, sino cosas que en principio pueden parecer pequeñas, pero que ayudan a orientarse: la hora que es, dónde estás, dónde vas, qué ha pasado, etc. Y no me refiero a la comunicación de una mala noticia, como pueden ser los fallecimientos, las lesiones graves, etc. sino a cosas leves, que ayudarían a recolocarte en ese nuevo mundo.
La desorientación es grande, pero lo más grave es que la persona accidentada sigue funcionando con las mismas pautas y esquemas de pensamiento, aunque en esta nueva situación están desajustados. Eso no significa que dejes de pensar, o que dejes de tener sentido común, sino todo lo contrario, recibes la poca información que te llega y le das vueltas, la gastas de tanto pensarla, intentas encontrarle su significado, más allá de las palabras.
Esto es importante porque las palabras que pudieran tener un ánimo de tranquilizar a la persona, pueden no hacerlo, especialmente cuando los mensajes que te envían unos y otros son contradictorios entre sí. El hecho de que los y las profesionales se pongan de acuerdo en qué decir y cómo es muy importante a la hora de comunicarse en una situación así. Es comprensible que en ocasiones no haya tiempo, pero el efecto que produce en la persona atendida puede ser devastador.
Las horas siguientes al accidente recibí muchos y muy diferentes mensajes sobre el estado de mi familia. Unos me dijeron que igual que nosotros nos estamos ocupando de ti, otros se están ocupando de ellos, otros, que en el hospital en el que yo estaba no había suficiente sitio para los tres. La Guardia Civil me preguntó como si no supiesen nada del accidente, en ningún momento me dijeron que había otro coche implicado que nos sacó de la carretera, e incluso llegaron a decir que en el lugar del accidente no había ninguna otra persona y menos un bebé. Todas estas contradicciones lejos de tranquilizar, crean una enorme sensación de inseguridad y de miedo, imaginas lo peor, pero al no tener pruebas, lo niegas, y vuelta a empezar de la forma más angustiosa y temible.
Supliqué información durante horas. Pero nadie me la dio, así que sabía que la situación era muy grave. Cuando pensaba que habían muerto, me decía a mi misma: no seas dramática, seguro que no, pero estarán graves o a lo mejor como yo y de nuevo volvía a suplicar que me llevaran con Jorge que necesitaba la voz de su madre, que estaría asustado. Cada vez me esquivaban más y yo cada vez tenía que hacer más esfuerzo para convencerme de que no podían haber muerto los dos.
En el hospital, me dejaron sola la mayor parte del tiempo. Notaba cómo me esquivaban y sólo hacían acto de presencia para inyectarme más sedantes y analgésicos, y yo, mientras, intercalaba los periodos de inconsciencia, con el miedo y la soledad, en las cerca de 7 horas más largas de mi vida.
Soy consciente de la dificultad de comunicarle a alguien que su familia ha muerto, más cuando el resto de su familia se está trasladando al lugar pero aún está sola, pero mentir no ayuda, contradecirse, ocultar, esquivar, e incluso zafarse de las preguntas más directas, tampoco.
Más de un año después sigo pudiendo recuperar las sensaciones y pensamientos de ese primer día, de las personas que me atendieron (y salvaron), los olores, la sensación en la boca del estómago. Se han gravado en mi memoria y duelen. No es digno tener a una persona así durante tantas horas.
Durante el mes que estuve ingresada en otro hospital, las personas que más me ayudaron, con las que mejor me sentí, fueron aquéllas que mostraron cariño, respeto y consideración a mi situación, pero sin evitarme, sin actuar desde la lástima, sin miedo, sin infantilizar la relación y sin juzgar cómo debía comportarme o sentir. En definitiva, creo que fueron aquellas personas que manteniendo su profesionalidad técnica, consiguieron tratarme con un cierto sentido de justicia y de solidaridad. Gracias a todos/as ellos/as.
Una última nota para cerrar con algo que escribí hace ya algunos meses.
Ahora echando la vista atrás, no sé cuál fue exactamente el momento en el que supe que mi vida ya no volvería a ser igual, porque se intuye pronto, se sabe algo después y se siente tan despacio que casi 5 meses después aún no consigo “darme cuenta del todo”. Creo que desde que abrí los ojos y me vi en otro lugar, o desde que vi la sangre, en cualquier caso ocurrieron casi a la vez, ahí se intuye. Y esa intuición se va confirmando conforme pasan las horas, pero te niegas a considerarlo. Luego te lo dicen (en mi caso mi familia), y ya lo sabes, la información ha entrado en tu cerebro, sientes dolor, rabia, quieres negarlo pero aún crees que de algún modo volverás hacia atrás. Solo despacito, día a día vas dimensionando la situación, y sintiendo, interiorizando el significado de nunca.

Acerca de Flor Zapata Ruiz

Ahora soy una madre sin hijos. Mi única hija murió por un conductor con alcohol en abril de 2005. Desde entonces escribo para concienciar, especialmente a los jóvenes, sobre los peligros de una conducción no responsable.
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