El infierno está en la carretera

Han pasado más de dos años desde que escribí este post y mi estado, mis sentimientos, mi pena y mi desasosiego siguen siendo el mismo. Y los muertos en las carreteras, un verano más, produciendo el mismo dolor.

Hace dos años estaba muy lejos de pensar que mi vida cambiaría tan radicalmente.

Hace dos años era una persona más o menos feliz, con los problemas cotidianos, con la lucha diaria, con las preocupaciones normales de cualquier madre y con la protesta continua de «esta habitación es un desastre» o «aquí nadie me ayuda».

¿Qué tiene que ver esto con un blog sobre seguridad vial?

Mucho, porque en cuestión de 24 horas mi vida pasó a no ser vida y si en el cielo está la gloria, en la carretera encontré el infierno.

Un infierno que habré de pasar en la tierra, por el resto de mi vida.

Esta noche quisiera ser poeta, para poder escribir los versos mas triste de mi vida, pero yo no sé escribir y no soy poeta, por eso me tengo que servir de los que tienen que ese don.

Cada una de las lágrimas que brotan de mi corazón podrían ser versos, palabras dulces que se derriten con el calor de mi pecho pensando que abrazo a mi amada hija. Pero son sólo agua, lágrimas, porque yo no sé escribir versos.

Mi querida niña ¡Cuánto te quiero! ¡Cuánto te extraño! ¡Cuánto te espero!

Pero yo no sé escribir versos. Sólo se decir ¡Cuánto te quiero! 

calas Cordo

Las calas de Helena  en el blog «Madres sin hijos»

ERA APACIBLE EL DÍA…

 

Era apacible el día
y templado el ambiente
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas… es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.

De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oido:
«Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.»

(Rosalía de Castro) Publicado lunes, 16 de abril de 2007 20:40 por FZ_madredHelena

 

 

 

Esta entrada fue publicada en Antiguos escritos. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *