Cuando la vida se rompe

La vida se rompe con extrema facilidad y, en los mal llamados accidentes de tráfico, tenemos la muestra. Cristina Turrau, periodista del Diario Vasco, ha realizado un artículo titulado “Cuando la vida se rompe”, sobre tres madres que han perdido a sus hijos y cómo sobreviven.

Este artículo no podría ser más oportuno, cuando en las carreteras y con tan solo una semana de diferencia, se han ido produciendo muertes muy dramáticas.

Los familiares de estas nuevas víctimas comienzan un camino de dolor largo y duro.

Gracias, Cristina, por el mensaje esperanzador y por la coincidencia de la publicación de este artículo,  en el aniversario de Helena y de los jóvenes de Oñati:

AFRONTAR EL DUELO

Cuando la vida se rompe

Tres madres relatan cómo han aprendido a vivir tras la muerte de sus hijos

18.04.10 – 02:42 –

CRISTINA TURRAU cturrau@diariovasco.com | SAN SEBASTIÁN.

 

Aitziber estudiaba Comunicación cuando murió, a los 22 años. Por eso su madre, Mariví Pinedo, responde a la periodista. «Antes no lo hubiera hecho, pero ahora pienso que me hubiera gustado que a ella le hubiesen atendido como a tí y por eso te contesto». Aitziber murió mientras dormía en su casa de Legazpi. Se acostó «llena de vida» y, por la mañana, había fallecido. Ocurrió hace un año. Sus padres han trabajado el proceso de duelo con el psicólogo Patxi Izagirre. Y como otros que han pasado por este duro camino, saben el proceso que tendrán que recorrer las familias de los cuatro jóvenes de Eibar fallecidos en accidente la pasada semana y las de los que ayer perdieron la vida en Orio. Lo mismo que la familia de Marta, que perdió la vida en Marruecos. «Al principio es muy duro, sobre todo el aceptarlo», relata Mariví. «Creo que estuve mejor al principio, porque no te lo crees. El primer día, los siguientes, el del funeral, rodeada de gente, estás como en una nube».

Ocurre que llegan días peores. «Cuando te das cuenta de lo que ha pasado, resulta imposible de creer. Mi hija, 22 años, con toda la vida por delante, se ha ido. Ni siquiera buscas razones. Te quedas en blanco, con una sensación de vacío impresionante. Nada te llena. Piensas que no va a haber vida para ti. En nuestro caso era una hija única. Estaba mi marido, mis padres, mis hermanos, mis amigos. Pero te parece que no va a haber vida para ti. Todo está vacío. No tienes a nadie. Sólo te falta ella y siempre estás buscándole. Al principio lo pasé muy mal y por eso fuimos a trabajar el duelo con el psicólogo Patxi Izagirre».

Hoy sabe que resulta básico pedir ayuda y que, aunque el psicólogo puede darte pautas para no caer en el abismo más profundo, «el reto de superarlo está en ti». «Es cuestión de ir dando la vuelta a algo que en el primer momento te parece imposible. Al llegar a casa el vacío era tan grande que sentía como si aquel ya no fuera mi hogar. Lo más terrible es no ubicarte en ningún sitio. Poco a poco te convences de que debes salir del agujero y aceptar lo que ha pasado».

La pareja se propuso salir a la calle, estar con los amigos. «Muchas veces te encontrabas allí físicamente, pero en realidad no estabas. Poco a poco, llorando todos los días y sufriendo mucho, empiezas a descubrir que hay algo que te hace un poco de ilusión. O que has logrado despistarte. Porque al principio eran las 24 horas con ella en la cabeza, sin poder pensar en otra cosa. Luego ves que han pasado cinco minutos sin pensar en ella o te has centrado en otra cosa. Al principio no puedes lograrlo. Y llega un momento que eso te agobia mucho».

Aceptó que Aitziber no volvería. «Era la única forma de poder seguir viviendo. Lo que queda, si no, es seguirle a ella. Y aunque a veces lo pienses, porque crees que para ti ha terminado todo, te das cuenta de que hay que salir».

También conoció la sensación, -muy comentada en los grupos de trabajo de padres que han perdido un hijo- de sentirse mal por sentirse bien. «Hay que luchar contra eso. Yo quería a mi hija con toda mi alma, pero hay que continuar. Y así es el proceso. Con muchos baches, con muchos llantos, días malos, días buenos, momentos malos y buenos, ir saliendo».

Volvió pronto al trabajo. «Al principio no me centraba nada pero fue una buena decisión. Los amigos, la familia, nos han ayudado mucho». Sigue habiendo momentos malos. «Esto es para toda la vida».

Ahora valora más el ‘hoy’, sin hacer planes a largo plazo y sin perder la ilusión. «Para mí eso es básico. Si no, te hundes». ¿Cuáles son ahora sus ilusiones? «En un primer momento fue la vida con mi marido. El golpe nos unió más. También puede pasar lo contrario. Muchos matrimonios se separan a raíz de la muerte de un hijo. Y ahora, el día a día, las cosas pequeñas: una vuelta por el monte, salir a tomar unos vinos. Esta Semana Santa hemos salido fuera con amigos. Nunca es lo mismo. Pero esos momentos que pasas bien, distraída, son válidos. También hay otros que estás un poquito más baja».

Marivi se encuentra «bastante bien» sin haberse olvidado de su hija y sin haber dejado de quererla. En los grupos de trabajo se habla de llegar al ‘recuerdo agradecido’. ¿Lo ha conseguido? «Desde luego. Pienso en ella recordando lo que fue su vida y todo lo que nos dio. Que fue muchísimo. Te acuerdas de lo alegre que era. De todo lo que te quería. De lo que te ayudaba. De lo que te acompañaba. De lo que te decía. Y le agradeces el poder haberla tenido entre nosotros».

«Piensas que será él»

Hace cinco años murió el hijo de Pili, junto con otros tres compañeros en un accidente de tráfico en Oñati, cuando volvían de la universidad de Mondragon. Tenía 22 años. «El martes es el quinto aniversario y días como éste o su cumpleaños, son muy malos. Te acuerdas del día en que pasó todo y de todo el proceso. Te sientes mal. Pero con el tiempo hemos logrado aprender a vivir sin él. Cuando vienen estos días somos capaces de recuperarnos antes».

Lo que sintió al principio quedó atrás. «No te lo crees, sientes rabia. Oyes la puerta o el ascensor y piensas que será él. Pero no llega. Y poco a poco te vas convenciendo de que no va a estar con nosotros». Los amigos, la familia y la ayuda profesional han sido muy valiosos para ella. «Uno mismo tiene que hacer mucho. Tienes momentos malos. Pero hay que ir mirando hacia delante. Es muy difícil porque todo son recuerdos. Pero se logra».

Las cuatro familias que perdieron a sus hijos en el mismo accidente han recibido ayuda psicológica conjunta y se sienten muy unidas. «Seguimos reuniéndonos de vez en cuando y lloramos y reímos juntos. A veces quien no ha pasado por ahí no te entiende del todo. De imaginarlo a sentirlo hay un mundo».

La familia puede ahora nombrar a su hijo. «Hablamos de que hay que ir a su habitación a por algo; su nombre suena en casa, está presente. Hablar de él nos hace muy bien. Hay que sacar de dentro el dolor». La hija pequeña, que tenía 18 años cuando murió su hermano y estaba en primero de carrera, «sacó el curso con notas brillantes». «Siempre fue una buena estudiante, pero lo hizo, seguro, pensando en él. Estaban muy unidos. Sacó fortaleza».

Estar acompañados resultó importante para la familia. «Procuraban sacarnos y distraernos. Mando un abrazo grande a los padres de Eibar porque el sufrimiento es terrible y necesitas ayuda. Tanto de amigos como profesional».

Pili ha aprendido a vivir el día a día. «Solemos pensar en el futuro, pero hay que vivir al día. No sabes lo que te va a traer la vida. Aprendes a ser más humilde y a fijarte en lo que ocurre alrededor. La vida cambia y también tus prioridades».

A las familias de Eibar les ofrece un abrazo muy fuerte. «Estamos aquí para lo que necesiten. Al principio lo verán todo muy negro pero después aparece algo de claridad. Logras sonreír. Nuestros hijos nos ayudan muchísimo».

Una madre que escribe

Ayer se cumplieron 5 años de la muerte de Helena. Tenía 20 años. Su coche fue arrollado por el de un conductor con exceso de alcohol. Desde sus blogs ‘Madres sin hijos’ y ‘¡Quiero conducir, quiero vivir!’, Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, lucha para que se reduzcan las muertes por accidentes de tráfico y dedica el primero «a todas las madres que han perdido a sus hijos, por las acciones de otros, por las omisiones de tantos, por la culpa de todos. Y a las que van a ser madres, para que no los pierdan».

Los días de aniversario son especialmente difíciles para ella. Explica que 5 años después «el dolor es el mismo, la pena inmensa, pero la angustia que te sube hasta la garganta se va apaciguando». «Nadie podría seguir viviendo con los efectos físicos que produce el dolor de los primeros momentos».

Ha aprendido a vivir con esa pérdida. «Se sobrevive. Tiendes a normalizar la vida, aunque nunca será igual a como la vivías anteriormente. Eso es imposible». Aún hay sobresaltos. «El corazón da un respingo cuando ves a alguien que se le parece, viste parecido, tiene su pelo. En ese momento sientes que va a aparecer, pero cada vez tienes más claro que eso no va a suceder. La tristeza sigue persistiendo, especialmente en los días de recuerdo: cumpleaños de ella o del resto de familia, vacaciones, navidades, aniversario de su desaparición».

¿Ha cambiado Flor? «He intentado e intento ser mejor persona. Pienso que he tomado las riendas de mi vida en muchos aspectos. En ese sentido me he hecho más egoísta. Es normal. Es un recurso para curarte, sanar esa herida. Realizo cosas que me gustan y antes nunca encontraba tiempo para hacerlas. Son pequeños recursos para engañarse y seguir viviendo. Quien pierde un ser querido tiene que reinventarse la vida. Y los que hemos perdido al único hijo que teníamos, con mayor motivo, porque nuestro futuro, nuestro objetivo, nuestra continuidad, se perdió con él».

Flor, que vive en la localidad madrileña de Alcobendas, ha descubierto que le gusta escribir. «Con la escritura realizo mi terapia particular. Vuelco mi dolor y canalizo la energía que produce la rabia, la impotencia, que en muchos casos se convierte en odio. Por ahora mi inspiración sigue siendo la pérdida de mi hija y la seguridad vial. Además de mi objetivo primordial de tratar de evitar otras muertes, ahora también intento escribir de una forma más literaria. Quizás la finalización de ese duelo se produzca cuando sea capaz de escribir sobre otros temas».

En su cruzada contra las muertes de jóvenes en la carretera, Flor encuentra que es difícil luchar contra las ‘hormonas’. «Los jóvenes no piensan morirse, pero se matan. Sus hormonas les evitan el miedo y les acercan al peligro. Lógico y natural. Son las trampas de la naturaleza, pero para algo están los adultos, los padres, las autoridades.

Insiste en la necesidad de la educación vial y no sólo para los jóvenes. «Los niños que ahora están en el colegio es muy posible que no tengan accidentes por no llevar el cinturón puesto, el casco o por ir bebidos. Pero hasta que esta generación llegue al volante son los padres y las autoridades los que tienen que estar ahí, recomendando, advirtiendo, controlando, exigiendo, asistiendo. Se educa con el ejemplo «y con unas sanciones y leyes justas. Prohibir es, de momento, una forma de evitar».

Menos muertes en carretera

En 2005, el año en que murió Helena, hubo 3.332 muertos en carreteras. En el año 2009, 1.902. «La concienciación, el carnet por puntos, los radares, las modificaciones de la ley penal en lo referido a la seguridad vial, la implicación de los políticos y los medios de comunicación, ha contribuido a ello. Y, por supuesto, las víctimas. Las asociaciones de víctimas se han implicado en terminar con esta lacra».

Queda mucho trabajo por hacer. «Por parte de los padres, no poner en manos de nuestros hijos coches más potentes de lo que pueden correr. Ni coches viejos e inseguros. Una buena educación es responsabilidad y amor a la vida, la propia y la ajena. Por parte de las autoridades, que sigan quitando de nuestras carreteras a indeseables e irresponsables, generalizar los controles de drogas y alcohol, ejercer una verdadera política preventiva, así como mejorar las vías y eliminar puntos negros, focos de muertes».

Su esperanza está en que otros padres no pierdan a sus hijos. «En que la pérdida de la vida de mi hija no haya sido en balde. Pertenezco a una asociación de víctimas con un nombre positivo y esperanzador: ‘Vida en la carretera’. Esa es mi esperanza, que consigamos, desde nuestras pérdidas, que en la carretera haya vida».

 

 

Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.

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