(Post escrito el 19 de enero de 2009, por FZ madredHelena)
Cuando yo tenía 25 años, ya estaba casada. Ahora, los menores de 25 años, se matan.
Me imagino que estáis pensando qué tiene que ver una cosa con la otra, pues, simplemente, que hoy, cuando leía el trágico resultado de los accidentes del pasado fin de semana, con la noticia del aumento nuevamente de muertes en carretera; de que la gran mayoría de muertos eran jóvenes de menos de 25 años; de que esto sigue lo mismo, he recordado que con 25 años yo estaba casada, y, aunque eso no supone que yo fuera más madura, ni que hubiese tenido más mundo recorrido, ni que hubiera tenido más vivencias, al revés, pensaba que estos jóvenes que este fin de se mana no han llegado a sus casas, ya no podrán tener una vida en común con otra persona, ni un proyecto de futuro, ni hijos. Nada. Nada de nada.
Apenas habían comenzado a vivir.
Galicia, quizás, se llevaba la peor parte, pero también Navarra, La rioja, etc. Aunque yo me fijaba en un accidente ocurrido en la madrugada del viernes al sábado en Madrid y en el que no había habido muertos. Sólo heridos, pero alguno de gravedad.
Se producía, nuevamente, en la M-607. Tenía conocimiento del mismo en la reunión del sábado con el grupo de padres y madres que hemos perdido a nuestros hijos, por la violencia vial. Me lo comentaba un compañero, porque al oír la noticia, reconocía que era en la misma carretera en la que se había quedado mi hija. Después, una vez terminada la reunión y llevando a otra compañera hasta su casa en Tres Cantos, pasaba por el lugar del accidente. Quedaban las marcas y el rastro de varios metros de guardarrail perjudicado y una farola casi tirada.
Había ocurrido unos metros antes de un lugar por el que tengo que pasar con mucha frecuencia. Cada vez que quiero visitar a mi hija. Antes del desvío de la entrada al cementerio donde está enterrada.
En ese momento sabía que los jóvenes habían resultado heridos. Una joven, muy grave. También con 20 años. Incluso la noticia, que venía posteriormente en el periódico hacía el mismo comentario que en mi hija “Una mujer de 20 años…” ¡Cómo una mujer! Mejor ¡casi una niña!…
Por la mente me pasó una idea muy macabra y muy angustiosa: ¡Díos mío, que no fallezca ninguno de estos jóvenes y sobre todo que si pasara eso, que no los tengan que enterrar en este cementerio, porque sería horrible para sus familiares que tuvieran que pasar por el lugar del accidente, cada vez que tuvieran que visitar el cementerio.
Con estas reflexiones comenzaba el fin de semana. Pero no imaginaba que según avanzara éste, las noticias que irían surgiendo serían peores.
¿Qué les pasa a los jóvenes? ¿No aprenden a conducir? ¿No saben que hay que ponerse el cinturón? ¿No se creen que los coches pueden llegar a la velocidad que marcan y necesitan probarlo? ¿Por qué se salen de la vía? ¿Por qué siguen pensando que a ellos no les va a pasar?
Cada fin de semana, empeoro. Cada fin de semana, lloro con los hijos de los demás. Cada fin de semana, rememoro mi desgracia y me hago la misma pregunta ¿Por qué, Dios mío, por qué?
Hoy, también escuchaba la noticia de otro accidente producido por un …, no tiene nombre, que conducía sin carnet, con alcohol y regresaba de un permiso penitenciario. A él no le había pasado nada. En el coche contrario, contra el que choco se había producido una muerte. ¿Y Dios existe?
Y, para terminar, hace un momento leía como el jefe de la policía de Badajoz ha cometido una “gran cagada”: Tener un accidente y dar positivo en el control de alcoholemia. ¿Cuándo nos daremos cuenta de que, aún sin morir en el intento, conducir con alcohol puede partirnos la vida?
Hace unos días, un padre que ha perdido a su hijo, en esta ocasión no en un accidente de tráfico, pero con el mismo dolor, me enviaba un poema que él mismo ha hecho a su hijo. Hoy, con su permiso, quiero dedicarlo a todos los hijos que hemos perdido este fin de semana en las carreteras, por imprudencias, por velocidad, por alcohol, por exceso de juventud… Si supierais que no sois los únicos que perdéis la vida en esos accidentes, si supierais que nosotros, los que os hemos traído a este mundo, morimos con vosotros, si supierais lo que os queremos…
ESPERANZA
Cuánto llenan…mis ojos tristezas
tu recuerdo…en cenizas convierte
las alegrías pasadas. Sólo queda
la vida vivida. Rota esta rueda
que nos deja tu muerte.
¿Dónde buscar y encontrar fortaleza?
¡¡Cómo vivir y ser fuerte!!
¡¡Cómo aligerar tan pesada carga!!
Miras atrás y el desazón te embarga
de vivos recuerdos, que en el recuerdo hayas
cuál olas que mueren en mi doliente playa.
¡¡Cómo ser roca, que el golpe no hiera!!
Llora, llora mi alma en la miseria,
el olvidar no quiero, más yo quisiera
padecer alegría, sin parecer una feria.
A Dany, recuerdo vivo.
Julio García Romero, padre de Dany
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la culpa de un conductor borracho.