El Armario De Un Ángel
(Cuentos del Hada Helena)
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena
Había decidido que hoy sería el día e intentaba sacar fuerzas para comenzar esa dura tarea. No soportaba más que todo el mundo le fuera diciendo que ya era tiempo. Pero, quién sabe cuándo es tiempo, quién puede determinar el tiempo necesario, y lo que es más, ¿por qué se empeñan los demás en cambiar cosas que ellos no tienen ni idea el bien que pueden producir?
Entró en la habitación y abrió el armario. ¿Seguía su olor o eran imaginaciones suyas? Lo que sí permanecía era todo tal como él lo había dejado: las camisas, la roja, la azul, la estampada, la sudadera verde, los polos, los jerséis…
Abrió uno de los cajones llenos de boxes. En el de al lado, calcetines. En el siguiente, los pijamas. Todo seguía colocado, ordenado, limpio. Ya se encargaba ella. Ahora nadie le impedía su paso. No había nadie que dijera “no me toques nada que lo descolocas”, y precisamente, el tocar, acariciar, colocar su ropa, era un consuelo.
Algunas madres, aturdidas por el dolor, dejan que personas de la familia entren en esos días y arramblen con todo, con su mejor intención. Piensan que con su acción le evitarán más dolor a la propia madre, que si desaparecen las cosas de su amado hijo el recuerdo será menor. ¡Qué error!
Otras madres creen que deben darlo todo, regalarlo, quizás en su afán de que perviva en el recuerdo de quien pueda aprovecharlo. ¡Otro error! Solo aquellos que han querido enormemente a esa persona y son fuertes, querrán darle utilidad a esas ropas o decidirán llevarlas como una caricia sobre su piel. Y así, los familiares más cercanos, padres, hermanos y primos, se convierten en candidatos de esa herencia textil. Y en último lugar, está la beneficencia.
Pero si la entrega de esa herencia se hace pronto, muy pronto, después, muchas madres se arrepienten porque lo que a primera vista les parecía una fuente de dolor, pasado un tiempo les resultará un tesoro perdido.
Cuando ya había sacado del armario gran parte de la ropa, sentía que se ahogaba. No hay en este mundo tarea más dolorosa que tener que recoger las cosas de un hijo. Siempre se piensa quién recogerá nuestras cosas, quién leerá nuestro testamento, quién nos dará el último adiós, quién llevará flores a nuestra tumba, pero jamás se piensa en que tengas que hacer todo eso con un hijo. El orden natural se pervierte, se afea, revienta, y se produce un cataclismo en nuestro interior que arroya nuestra vida, produciendo una riada de rabioso dolor.
Salió al jardín para tomar aire para poder continuar, y se dirigió al árbol que él mismo había plantado, estaba en flor.
(Durillo, árbol sembrado por Edu)
También las calas, que bello le habría parecido en otro momento pero ahora…
Una mariposa estaba posada sobre una de las calas.
-Anda, el hada Helena está por aquí– dijo. Se le escapó una pequeña sonrisa que le transformó la cara triste y casi sin respiración con la que había salido de la habitación. Extendió la mano con el ademán infantil de que la mariposa se posara sobre ella, y ante su sorpresa, ésta así lo hizo.
(Mano de Adrián, hijo de Virtu)
-Manue, mira que mariposa- entro en la casa para enseñársela a su marido. Pero nada más hacerlo, la mariposa voló internándose por el pasillo y desapareciendo por las habitaciones.
(Mariposas de la habitación de Helena)
-¡Vaya por Dio! A ve ahora cómo la echo fuera.
Siguió a la mariposa que salía y entraba de las habitaciones hasta que se adentró en la de su hijo. Tardo un momento hasta que localizó dónde estaba. Se había posado sobre una camisa roja. de las que había sacado del armario y reposaban sobre la cama.
-Venga fuera que aquí dentro te va a vorve loca y te va a dar un gorpe con las paeres– blandía su delantal con las dos manos con afán de empujarla la mariposa hasta la ventana que estaba abierta. Pero la mariposa iba de la ropa colocada sobre la cama, a la puerta del armario que aún estaba abierta de par en par.
Así estuvieron ambas durante un buen rato. Manuela detrás de la mariposa y la mariposa de la ropa al armario, del armario a la ropa.
-Ya está bien, venga que me va a emporca to.- Y en uno de esos lances con el delantal, la mariposa salió por la ventana.
Terminó de poner la ropa sobre la cama, cerró la puerta del armario y nuevamente tuvo que salir al jardín. Por mucho tiempo que hubiera pasado la tarea seguía siendo dolorosa. ¿Quién dijo que el tiempo todo lo cura? Se volvió a preguntar, ¿por qué tenía que hacer aquello? No necesitaba esa habitación, para qué pasar ese mal rato. Entro nuevamente en la casa con la firme determinación de dejarlo estar, volvería a intentarlo en otro momento.
Volvió a la habitación con la intención de cerrar la puerta para que no se viera toda la ropa por encima de la cama, y cuando iba a hacerlo, descubrió que las puertas del armario estaban abiertas.
-¡Vaya, yo juraría que lo había serrao!
-Manue- Volvió a llamar a su marido pero esta vez saliendo al exterior porque estaba claro que dentro no estaba.
Al día siguiente, hizo el segundo intento. Por ella lo dejaría todo como estaba un año más pero su marido, la familia, los amigos, siempre le preguntaban que cuando iba a cambiar la habitación. Le sugerían que la podía utilizar para coser, para colgar esos bonitos vestidos de gitana que cada año hacía para la feria.
(Los vestidos que hace Manuela)
También podía utilizarla para cuando practicaba su nueva afición: la pintura.
(Calas pintadas por Manuela, para Edu)
Incluso podía utilizarla para cuando Cintia venía, hacer los deberes.
Abrió la puerta de la habitación y se encontró que las puertas del armario nuevamente estaban abiertas.
-Pero bueno, ¿esto que e?- Se acercó al armario, volvió a cerrarlo, presionó una y otra vez para asegurarse de que las puertas encajaban perfectamente.
-Manue, ¿Ha abierto tú el armario der niño?- Grito.
– Pero que hago hablando sola si Manue no está.
-¿Abuela, ónde estas?- Era Cintia que entraba por la puerta.
-Estoy aquí en la habitasión der tito Edu- dijo Manuela, asomando la cara desde la misma puerta.
¿Qué hase? Preguntó la niña.
-Ea, que voy a sacar la ropa del armario y ver lo que se pueda aprovechar y el resto dallo a la iglesia.
-¿Y pa qué, abuela? Dijo la niña dándole un beso.
-Pa utilisa esta habitación pa nosotras, tú puees estudia y hase los deberes, y yo cosé y azi que ce queen tranquilo tos con la lata de la habitación. Y volviéndose, se dirigió a la cama para ir sacando ropa de la habitación, pero entonces…
-Pero que demonio pasa aquí, si acabo de serrar las puertas y otra ve están abierta.
–No lo habrá serrao, abuela.
-Hija, que una está ya tonta pero no tanto, que te digo que lo acabo de serrar y no es la primera vez que me lo encuentro abierto.
-¿Abuela, ha vizto que hay una mariposa en la puerta?
-¿Qué? ¿Otra ve? Que joia, si ya la eche aye de la habitasion. ¿Será posible?
-Po eso es que le ha gustao la habitasión, abuela.
-Po va a se eso. Mardita sea. Sierra la puerta que intente que se vaya por la ventana– y comenzó con sus movimientos de manos a dirigirla hasta la ventana.
– Abuela, ¿ha vizto lo que hay aquí?- y agachándose recogió del suelo una pequeña pluma.
-¡Abuela, e como la de mi cuento!
-¡Ay, Dio! Que sí, que sí, que esto va a ser cosa de tu tito. ¡Ay seño! Y esa mariposa… Si ya sabía yo que no tenía que tocar na, si yo no quería. Se acabó, mira niña, veme dando toa esa ropa que la vuerva a meté en el armario.
Abuela y nieta se dedicaron a poner nuevamente la ropa en el armario, cerraron las puertas y colocaron la pequeña pluma que había encontrado Cintia encima del pomo de las puertas.
– Venga que te voy a dar de merendá. ¿Tienes hambre?
– Un poco. Abuela, me deja que entre en Interné en tu ordenado
– Bueno, pero poco, solo mientra te toma la merienda que luego me regaña tu madre.
– Pero si tu no se lo dice, ella no se entera.
– ¡Niña, niña!
Pasaron varios días y Manuela no había vuelto a entrar en la habitación. Estaba demasiado conmocionada para volver a pensar en hacer mudanzas. Se asomó desde la puerta y comprobó que las puertas del armario seguían cerradas. Sonrió y se acercó a las puertas del armario, entonces, recordó que habían posado la pluma que encontró Cintia sobre el pomo pero ya no estaba. Revisó el suelo pero no la encontró –seguro que se la llevó Cintia, pensó.
– Vale, niño, no te preocupe que ya no vuervo a saca tu cosas.
Volvió a presionar las puertas y salió de la habitación. Ni se planteó qué diría cuando le volvieran a preguntar que cuándo iba a recoger la habitación de su hijo, lo que tenía claro es que eran demasiadas señales, que algo querían decir.
-Gracias, Helena, me has echado una mano, si no llega a ser por ti no lo consigo.
-¡Qué va! No ha sido nada, ahora sí, poco más y tu madre termina con mis alas. Pero dime una cosa, ¿por qué ese interés en que tus cosas sigan en el armario?
-Porque sé que mi madre no quiere quitarlas, solo lo hace por las presiones de los demás. Ahora tengo que convencerla para que, aunque mis cosas sigan estando ahí, ella utilice esa habitación. Que pueda coser, pintar, leer, escuchar la radio, conectarse a Internet.
-Pero de qué sirve mantener un armario lleno de ropa, sin ninguna utilidad, que se hace vieja, que solo trae recuerdos, que más tarde o temprano habrá que vaciar, que si falta tu madre otra persona tendrá que sacar y siempre lo hará con menos amor.
-¿No lo entiendes, Helena? Muchas madres se refugian en esas habitaciones, en esos armarios, respiran nuestro perfume, acarician nuestras ropas, se tumban sobre nuestras camas, limpian el polvo y vuelven a dejar todo como estaba y todo eso, les produce un poquito de bienestar. Es como si todo siguiera igual. Es una forma de mantenernos vivos.
-Pero es que no estamos vivos, Edu. Estamos muertos. Ya no estamos en su mundo, al menos en la forma en la que ellos nos querrían.
-Pero esa es otra forma de tenernos. Poco a poco se irán desprendiendo de nuestras cosas, ya lo verás, pero sin un dolor tan extremo.
– Si tú lo dices pero yo no veo el consuelo. Creo que con ello solo van alargando el dolor, el sufrimiento. Si es cierto que solo se muere cuando nadie ya nos recuerda, creo que una forma de expandir, perdurar ese recuerdo es dándole utilidad a nuestras cosas. Es mejor que mantenerlas encerradas en un armario, envejeciendo, apolillándose, cubriéndose de polvo.
-Yo no estoy seguro, quizás tengas razón pero ¿qué más da? Creo que lo más importante es que cada madre actúe como ella quiera y cada una tendrá un tiempo y una forma diferente de llevar la pérdida y vacíen o no esos armarios, y cambien esas habitaciones, de color, de muebles, de utilidad, siempre serán las habitaciones de… cada una tendrá un nombre y lo llevará por el tiempo que nos sobrevivan.
-Pues, en eso tienes mucha razón. ¡Ah, pero una cosa, como sigas dejando por ahí tantas plumas te vas a quedar sin alas, y un ángel sin alas…!
(El hada Helena, según Virtu)
Y colorín colorado, este cuento para mamás se ha acabado.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.
Alcobendas, marzo de 2011.
Notas de la autora:
Este cuento es una ficción de hechos reales. Las fotos incluidas en él tienen propietario. Pedid permiso para su utilización.
Este cuento está dedicado especialmente a Manuela, madre de Edu, por su cumple.
Y a todas las madres que se encuentran con la pérdida de un hijo y la dolorosa tarea de recoger sus cosas.
Y a las que mantienen sus habitaciones tal y como ellos las dejaron.
Y a las que generosamente reparten todas las pertenencias de sus hijos pensando y queriendo que aquellas personas que las reciben las quieran, las cuiden, las utilicen con amor.
Y a las que se quedaron sin ellas porque se las quitaron de su vista con la intención de que no sufrieran.
Y a las que guardaron todas las fotos porque no pueden verlas sin morir de dolor.
Y a todas las madres que tienen en sus casas “el armario de un ángel”.
MIS TRES REGALOS
Un día del cielo llegaron envueltos en bendición
Tres pequeños tres regalos que fortalecieron nuestra unión
Siendo hoy mis tres motivos y mi principal razón
Llenaron mi hogar de risas y mi corazón de amor
La primera me lleno de dicha cuando al fin pudo llegar
Fue tan larga aquella espera cuanto la ansiaba abrazar
Es una niña dijo el doctor y Silvia la quise llamar
Cuando llego el segundo regalo cuanto me vino a sorprender
Es que fuera un varoncito que nunca soñé tener
Y el corazón me hizo estremecer
Cuando supe que era niño no me lo podía creer y como era varón
Le puse José Manuel
Pero el regalo más querido aun faltaba por llegar
Teniendo a Silvia y José Manuel me volví a embarazar
Sin poderlo ni siquiera planear
Y entonces llego Eduardo Javier a terminar de ilusionar mi
vida con sus travesuras y a completar mi hogar con
estos tres regalos ya nada me podía faltar
pero una noche fría de invierno a EDU me fueron a rebatar
desde esa maldita noche ya nada será igual.
Manoli madre de EDU