Ayer pasé por la M-607. En dirección ascendente y descendente. Por la curva de Juan. Por donde Helena murió, después de que un conductor borracho, por alcance, la hiciera volar por encima de los guardarraíles.
La M-607 sigue en obras. La curva de Juan ha sido modificada, asfaltada, aunque me da la sensación de que no está totalmente terminada. Y toda la M-607, en ambos sentidos, está siendo reasfaltada. En algunos puntos, está sin pintar y el arcén no ha sido asfaltado, produciéndose un peligroso escalón.
La recorrí pero mi estado de ánimo no me permitió hacer un análisis más exhaustivo de la misma. Es difícil recorrer los caminos que cortaron nuestras vidas. Lo mismo pasa con los caminos que hicimos con nuestros hijos. Volver a pasar por ellos produce una sensación de vértigo, porque el suelo se hunde bajo nuestros pies.
Ayer fui consciente de que Helena y Juan perdieron sus vidas muy cerca el uno del otro. Sólo les separaban escasos dos kilómetros, y direcciones opuestas.
Para confirmarlo, busqué nuevamente la noticia de la muerte de Helena. Esa noticia llena de errores y falsedades. Para empezar, el motivo: “Una mujer de 20 años muere en un accidente en cadena”. Fue la exlicación que dio el culpable, pero después se demostró que era falso. No hubo ningún otro coche involucrado, salvo el del culpable. Ningún otro coche se vio afectado. Era solo una justificación para evitar que se le imputara una muerte por el estado de alcohol con el que conducía.
Nos llegaron rumores de que le vieron dar golpes a su propio coche, con una piedra, para poder decir que a él le habían dado por detrás. Y siempre recordaré la declaración de la testigo, cuando contó cómo el culpable la preguntó, después de haber impactado con el coche de Helena, si tenía carnet de conducir. Suerte que esta chica, su acompañante, no tenía carnet porque si no la hubiera cargado con el muerto y él se habría pasado por copiloto.
A menudo, los que sobreviven son los que causan el siniestro, y nuestros muertos no pueden contar cómo fue. Pero, en esta ocasión, las dos pruebas de alcoholemia realizadas, la actuación de la guardia civil de tráfico y las declaraciones de la testigo, fueron suficiente para demostrar la culpabilidad.
Pero volviendo a la M-607, esa autovía que tengo que tomar cada vez que quiero visitar a mi hija, no tiene gran solución. A pesar de sus mejoras, es la que es y no hay de donde sacar más.
Habrá que seguir teniendo mucho cuidado en ella. Sus múltiples salidas y entradas, carriles que se pierden, sus curvas y sus puntos negros seguirán siendo un peligro. Han quitado uno pero quedan otros siete.
Ni Helena ni Juan tienen cruz alguna que indique que cortaron sus vidas en ese lugar. Yo, aún, no sé si eso sirve para advertir a otros o para entretenerlos y hacerles perder la atención.
Era mi intención sólo hablar de la reforma de la M-607 pero ¡cómo hablar del camino sin hablar de la muerte! Para Esther siempre será la asesina M-607, y para mí, siempre será un horror que en esta carretera esté el acuartelamiento de San Pedro. Que éste tenga una cantina. Y que este militar saliera de él.
Estado en el que quedó el coche de Helena.
El conductor borracho cruzó Colmenar Viejo y se acababa de incorporar a la autovía cuando alcanzó a Helena.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.