El columpio de Julia
(Dicen que nuestro deseo y necesidad de balanceo viene del recuerdo de nuestro tiempo dentro del vientre materno. Por eso, cuando nos sentimos mal, tenemos la necesidad de balancearnos)
ulia era una niña preciosa, llena de vida y a la que le encantaban los columpios.
Un día, cuando paseaba sentada en su carrito, unos lobos feroces, de los que no existen en el mundo animal, saltaron sobre su lindo cuerpo dejándolo herido y maltrecho. Desde ese momento, Julia, tuvo que pasar mucho tiempo en hospitales y entre médicos.
La pequeña Julia que apenas había comenzado a dar sus primeros pasos, estuvo durante meses apartada de su parque y de sus columpios, en los que le encantaba columpiarse diciendo a la vez: “rin-ran-rin-ran”. Por eso, cuando el dolor le atenazaba, pedía los brazos de sus padres y se columpiaba en ellos. Se mecía y se dormía.
Esos brazos, en balanceo, eran un consuelo y una paz y así ella volaba, volaba y olvidaba el dolor.
Un día se sintió más feliz y a gusto en una de estas sesiones de balanceo. Su mente comenzó a volar, a olvidarse de lo que le pasaba, se sintió más tranquila y libre y se veía en un bello columpio lleno de guirnaldas y lazos rosas y violetas.
Con sus pequeñas piernecitas se impulsaba cada vez más fuerte. Y volaba, volaba. A sus pies todo se veía cada vez más pequeño. Escuchaba la voz de su madre que le decía: “Julia, Julia, vuelve”, pero ella se encontraba tan bien, que no podía hacerle caso.
En uno de esos impulsos, entro en una nube blanca, de algodón, esponjosa. Al principio se sintió aturdida, casi con miedo porque durante mucho rato solo veía el blanco de la nube, pero por fin salió, y nuevamente apareció el cielo azul. A sus pies, apenas se distinguía el bosque donde le atacaron los lobos y de repente, observó que volaba con los brazos extendidos y cada uno de ellos era sujetado por dos seres extraordinarios: un osito y una mariposa.
(Helena y Diego, en “el guardián del ventanal”)
Ambos, la sujetaban tiernamente hasta que la depositaron en el suelo.
Ella se quejó –quiero seguir volando.
-No, ya has llegado a donde tenías que llegar –respondió la mariposa.
-Todos tenemos una misión –decía el osito.
La niña solo pensaba que hacía mucho tiempo que no se encontraba tan a gusto.
-¿Quieres jugar conmigo? –Le dijo al osito, quizás porque era tierno, peludo, suave, como los ositos que ella tenía en su habitación.
– Sí, sí, claro, pero todos tenemos una misión –repetía una y otra vez el osito.
-Yo soy guardián, yo soy guardián –se afanaba en decir el osito.
–Claro que jugaremos contigo. – Por fin habló la mariposa- aquí solo harás aquellas cosas que te hagan feliz, que te sienten bien.
-Yo soy Helena y él es Diego. Lo vamos a pasar muy bien pero como dice Diego, aquí cada uno tenemos una misión y tú también tendrás la tuya.
Julia era demasiado pequeña, apenas había aprendido a hablar y caminar pero era bastante espabilada y sobre todo se daba cuenta que hacía mucho tiempo que, en su estado, no se había sentido tan a gusto, feliz y en paz, así es que si había que tener una misión ella la llevaría a cabo con gusto.
Mientras hablaba con la mariposa y el osito, notó una especie de cosquilleo en su espalda. Intentaba volver la cabeza pero no conseguía ver qué le pasaba. La mariposa, consciente de su inquietud la tranquilizó diciendo – no te preocupes, no te pasa nada, es solo que te están saliendo una pequeñas alas, a partir de ahora eres un ángel.
Al principio, Julia iba a comenzar a llorar, tenía tan malos recuerdos de los hospitales pero pronto se dio cuenta que eso no le dolía nada y apenas las notaba.
-Antes de que vinieras, el rey Melenao nos dio instrucciones de cual sería tu misión, a partir de ahora, -añadió la mariposa.
-Sí, yo soy guardián –volvió a insistir Diego, el osito.
-Sí, Diego vigila desde su ventanal para que los niños no se ahoguen al pasar el río o en aquellas actividades donde haya agua, y tú tendrás cuidado de los niños cuando estén cerca de los coches y las motos.
-¿Yo? – preguntó Julia.
-Sí. Tu afición por los columpios será recompensada y desde ahora siempre estarás en uno.
En ese momento, desde una nube comenzó a bajar una cuerda llena de guirnaldas y con flores blancas y rosas enroscada a todo lo largo. En el centro, una rueda de flores.
La cuerda se parecía más a unas largas trenzas de fino pelo rubio con un lazo rosa en su interior. Y esta cuerda, que parecía tenía vida propia, bordeó el cuerpo de Julia, se puso bajo sus nalgas y comenzó a balancearla con suavidad.
-Con esta cuerda podrás rescatar a los que estén en peligro a la hora de cruzar la calle. Desde el ventanal de Diego podrás verlo fácilmente.
Julia aún no era consciente de lo que Diego llamaba “la misión” pero no tardaría mucho en darse cuenta de ello. Era pequeña pero aprendía rápido, igual que lo hacía en la tierra.
Helena dio un fuerte impulso a la cuerda y Julia voló alto, alto, riendo feliz, a carcajadas en algún momento.
Diego, con cierta envidia, comenzó a gritarle –espera, espera, no querías que jugáramos.
Y Helena sonrió y dio media vuelta dejándoles solos. Un poco de risas y juegos les vendrían bien a ambos. Ya habría tiempo de trabajar.
Julia, como anteriormente lo había hecho Diego, comenzó su etapa de asesoramiento y enseñanza y se convirtió en una experta en salvar vidas en pasos de cebra, semáforos, cruces de carreteras y, especialmente, en las entradas a los colegios.
Y si no lo creéis ¿cómo es posible que no mueran más personas con la de conductores locos que hay por ahí?
Eso es porque Julia, lanza su columpio y levanta del suelo a los que van a cruzar cuando están en peligro. Después, los vuelve a posar sobre el suelo y aquí no pasó nada.
Cada vez que sucede esto, se acuerda de su mamá y su papá y siente que ellos, de alguna forma, lo saben y están contentos.
Y colorín colorado, el cuento de Julia se ha acabado.
…Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso…
(Palabras para Julia. José Agustín Goytisolo)
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.
Notas de la autora:
Este cuento esta dedicado a Julia, muerta por la acción de un conductor con alcohol, que la atropelló el 3 de Agosto de 2007, en el primer aniversario de su muerte el 29 de Diciembre de 2009.
Las fotos de Julia han sido cedidas por sus padres.